Hubiera podido suponerse desde el principio que, si el
comportamiento humano responde siempre a patrones neuronales, también el
comportamiento religioso debiera tener sus estructuras neurales propias. Lo que
hubiera podido ser una expectativa científica ha sido hoy comprobado en los
estudios de neurología empírica. Cuando el hombre piensa en lo filosófico, en lo
metafísico, en lo religioso y se ve embarcado en emociones que lo conectan
místicamente con la Unidad del Universo, se activan en su cerebro ciertas áreas
y estructuras que recibidos por herencia de la especie. Estas funciones han sido
construidas poco a poco desde la evolución del hombre primitivo y pueden estar
activadas o inhibidas en el hombre actual: pero están siempre ahí y pueden
dispararse en cualquier momento activadas por las circusntancias de la
vida.
¿Responden estas estructuras neurales a la verdad? ¿Muestran que
efectivamente Dios existe? Evidentemente que no. Podrían ser un error programado
por necesidad adaptativa. Pero también podrían responder a la realidad mistérica
y trascendente de un Dios realmente existente. En todo caso, lo que estos hechos
neurológicos, e incluso genéticos, muestran, es que lo religioso ha sido y sigue
siendo un importante factor que inevitablemente se plantea siempre en la vida,
acabando por aflorar, y obligándonos a tomar ante el una decisión
personal.
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